Los conversos de San Nicandro
En todo el mundo se oirá la semana próxima el cuerno de carnero de Rosh Hashaná (el Año Nuevo), que convoca a los judíos creyentes a los diez días de penitencia que finalizarán en Yom Kipur. Ningún fiel rezará con más fervor que los 80 extraños ex católicos de San Nicandro, Italia.
La conversión de San Nicandro empezó hace unos 20 años con Donato Manduzio, un hombre pálido, de ojo negros, lisiado por una granada en la Primera Guerra Mundial, que durante años había yacido en una miserable jergón de paja en un altillo. Al principio lamentaba amargamente no poder reintegrarse a la vida cotidina de su nativa San Nicandro Garganico (20.000 habitantes), pero gradualmente, las voces de las mujeres que cantaban mientras acarreaban agua en vasijas de cobre, los gritos de los conductores de mulas de sombreros negros y el martilleo de los zapateros en sus tiendas pequeñas y oscuras (Donato había sido zapatero) dejaron de atraerlo: ya no los oía, porque estaba muy ocupado leyendo la Biblia.
Además de cerrar los oídos a los sonidos de la jornada de trabajo, Donato dejó de oír las campanas de la iglesia. El estudio de la Biblia lo llevó a cuestionarse las doctrinas de la Iglesia Católica Romana.
Cuando Manduzio estuvo en condiciones de dejar el lecho, un predicador protestante que conducía un encuentro en la plaza de San Nicandro empezó a atacar los dogmas del catolicismo. Donato alzó de pronto uno de los bastones en los que se apoyaba y gritó: «Has demolido la Iglesia Católica para mí. Ya no soy más católico».
Pero no abrazó el protestantismo. El predicador dijo: «El Mesías vino para regenerar el mundo. La conprensión del llamado de Cristo puede pregonar un nueva era». Donato se preguntó si el advenimiento del cristianismo realmente había traído una nueva era al mundo: ¿Hay más amor y comprensión? ¿Hay menos paganismo? Se dijo que Cristo no podía ser el Mesías: éste debía ser un ideal aún no alcanzado, y decidió ser judío.
«¡Shalom!» Cuando el Gran Rabino de Roma recibió la primera carta de Manduzio que solicitaba el ingreso a la comunidad judía, pensó que se trataba de una broma. Algunas cartas de Manduzio quedaron sin respuesta, hasta que el Gran Rabino notó que las misivas (que invariablemente estaban fechadas según el calendario judío) empezaban con las palabras «Queridos hermanos» y terminaban con un «Shalom» escrito en caracteres hebraicos, y describían cómo ganaba adeptos, al principio unos pocos y después familias enteras; 80 personas en total. La mayor parte de los zapateros de San Nicandro, amigos de Donato, se le unieron en la fe judía.
El Rabino se mostró renuente a aceptar a este grupo inusual en la comunidad, hasta oír más sobre ellos. Por eso, durante muchos años, los conversos de San Nicandro quedaron en la categoría de «semijudíos». No contaban con una sinagoga propia, pero se encontraban, como aún siguen haciéndolo, en la casa de Manduzio.
La perseverancia de los conversos se vio recompensada en el otoño de 1943, cuando la ciudad fue liberada por las unidades palestinas del VIII Cuerpo. Los «manduzianos» los recibieron con gran entusiasmo. Manduzio escribió en una carta: «Las tropas aliadas llegaron a San Nicandro… Cuando vimos que los vehículos tenían signos hebreos, nos dijimos que eran judíos, y enarbolamos una bandera con ese mismo signo en la puerta de mi casa. Un camión se detuvo frente a mi casa y lo mismo hizo todo el convoy. Entraron a nuestra casa y no saludaron con un ‘shalom'».
UNA ESPOSA PARA NAZARO. Ahora, los judíos de San Nicandro estaban impacientes por ir a Palestina. Aislados como vivía, estaban amenazados por la extinción. Durante varios años no habían tenido conversiones y Donato Manduzio peinaba canas. Las bodas eran obstáculos casi insalvables para ellos. El último año, uno de los miembros mayores del grupo escribió al presidente de una organización de refugiados judíos: «Un hombre joven, Nazaro di Salva, nacido en 1925, quiere tomar esposa, pero en nuestra comunidad no hay ninguna. Por eso recurro a usted, como presidente de huérfanos y refugiados, porque tal vez pueda encontrar entre ellos una joven que desee casarse con él y venir a San Nicandro. Si cree que es posible… escríbame… y organizaremos un encuentro para que nuestro joven conozca a la muchacha y no tome una esposa entre las demás naciones… Si no desea ocuparse de esto, nuestro joven desposará a una gentil, algo que no complacerá al Eterno. No será culpa nuestra porque no conocemos jóvenes refugiadas».
Este problema complejo quedó sin solución, pero la vida de los judíos de San Nicandro no carece de consuelos: su gran día llegó el año pasado, cuando fueron oficialmente recibidos en el seno de la comunidad judía. Manduzio escribió a la Unión de Comunidades Judías de Roma: «Hemos finalizado nuestra ardua empresa, en lo que a la circuncisión se refiere. Esperamos que después de esto nos costearán una visita»…
* Para cuatro de ellos (1941-45), el Gran Rabino de Roma fue el Rabbno Israele Zolli, que conmocionó a Manduzio y la mundo judío en 1945 al abrazar la Iglesia Catóica Romana (TIME, 26 de febrero de 1945).