Después de doce horas de viaje en tren desde Moscú, llegamos a la ciudad de Voronezh, al sur de Rusia. Desde allí viajamos tres horas más hasta la pequeña aldea de Vysochki, en donde encontré uno de los fenómenos más sorprendentes del mundo judío: los sobotniks. No hace falta explayarnos en la descripción de la aldea; bastará con decir que es un fiel reflejo del shtetl presentado en todos los relatos de Sholem Aleijem o S.Y. Agnon. La historia de los prosélitos sobotniks es la historia de la fe judía y su resistencia a lo largo del tiempo, en cualquier circunstancia o lugar.
En el pasado, Vysochki era una aldea totalmente sobotnik, un auténtico shtetl en el que se preservaba el sábado y las festividades, se rezaba Shajarit, Minjá y Arvit, había un shojet, un mohel y todo lo necesario para llevar una vida judía. En 1970, el gobierno ruso intentó deshacer la trama judía del lugar y envió allí familias no judías, para que se radicaran en la aldea y dejaran su impronta sobre los habitantes de la misma. Hoy en día viven en Vysochki unas 1.200 personas; 900 de ellas son prosélitos sobotniks.
En la CEI en general, y en algunas regiones apartadas de Rusia en particular, existen comunidades de sobotniks que se consideran judíos o, en realidad, rusos de fe mosaica. Con el paso del tiempo preservaron su judaísmo, tanto bajo el régimen zarista como en tiempos del gobierno comunista, más que muchas comunidades judías que tenían dificultades para hacerlo. Como es habitual en grupos de esas características, la población circundante los ve como judíos y no los respeta, sino que manifiesta abiertamente una actitud antisemita.