Los gritos silenciosos de las víctimas de la Inquisición en Sicilia
Sobre la Piazza Marina, cerca del mar, en Palermo, Sicilia, se alza una ornamentada estructura medieval, que oculta en sus paredes la escalofriante evidencia de uno de los capítulos más oscuros de la historia europea.
Con sus murallas almenadas y su imponente arquitectura estilo fortaleza, el Palazzo Chiaramonte, o Palacio Steri como es más conocido, es uno de los lugares más prominentes de la ciudad costera, un lugar empapado de un tormento que muchos preferirían olvidar.
De 1601 a 1782, el sitio sirvió como la sede de la «Santa Inquisición», una institución que usó medios decididamente impíos para cazar presuntos herejes, sectarios y, por supuesto, judaizantes secretos o cripto-judíos.
Pero este lugar era mucho más que una instalación administrativa.
El edificio albergaba celdas donde los prisioneros eran torturados por los zelotes inquisitoriales, que aparentemente no veían la ironía en desgarrar la carne de la gente en nombre de la fe, o destrozar su espíritu por el bien del alma.
En varias salas del Steri se han conservado los grafiti grabados por los presos que aguardan su destino, encarnando las últimas esperanzas y sueños de innumerables hombres y mujeres cuyo único crimen fue no aceptar las directrices papales.
Como judío y como ser humano, fui dominado por el aura de dolor impregnada en cada celda. En una de ellas, hay escritas letras hebreas en la pared, evidencia tangible de que los judíos sicilianos convertidos a la fuerza y sospechosos de «recaer» en la práctica judaica, habían pasado sus últimas horas aquí.
En otro, un judío secreto, obviamente talentoso y con el corazón destrozado, había dibujado minuciosamente un esbozo detallado de Jerusalén, una ciudad que debió haber soñado ver, pero que nunca tuvo el mérito de hacerlo.
Mientras contemplaba estas escenas desalentadoras, me di cuenta de que los dibujos en las paredes de las celdas del palacio Steri eran los gritos silenciosos de las víctimas de la Inquisición, que nos llamaban siglos más tarde, rogándoles que no los olvidaran.
Entre los que perecieron en el Steri, se encuentran los descendientes de la antigua comunidad judía de Sicilia, la cual posiblemente data de la época romana.
A finales del siglo XIV, los judíos de Sicilia habían sido confinados a guetos y sometidos a masacres y conversiones forzadas al catolicismo.
El aumento de la persecución en los años siguientes, alcanzó su punto culminante en 1492, cuando los monarcas españoles Fernando e Isabel, que controlaban Sicilia, emitieron el Edicto de Expulsión, el cual ordenó a todos los judíos que permanecían en su reino a que se fueran.
Había más de 50 comunidades judías repartidas por toda Sicilia, con un número de al menos 37.000 personas y posiblemente muchas más. Los historiadores estiman que el 10% de la población de Palermo, en ese momento, era judía.
Cuando llegó la fecha de expulsión, el 12 de enero de 1493, muchos se fueron, pero un gran número de judíos forzosamente convertidos, conocidos como Anusim (a los que los historiadores se refieren por el término despectivo «Marranos») se les prohibió salir y fueron puestos bajo el sospechoso escrutinio de la Inquisición, quien rápidamente comenzó a cazarlos.
De hecho, el primer auto de fe tuvo lugar en junio de 1511, cuando los inquisidores ejecutaron públicamente nueve Anusim sicilianos y los quemaron en la hoguera frente a una gran multitud.
Con este acto, la historia de la judería siciliana debería haber llegado a su fin, sofocada por el odio y la opresión.
Pero contra todas las probabilidades, y a pesar de los peligros que enfrentaron, muchos de los Anusim continuaron transmitiendo su herencia judía de generación en generación, preservando varias costumbres judías y aferrándose a la identidad de sus antepasados.
Esta valentía fue recompensada la semana pasada, en una notable ceremonia a la que asistí en Palermo, en el aniversario de la expulsión de 1493. En un gran gesto de reconciliación, la Arquidiócesis local devolvió oficialmente el sitio donde antiguamente se encontraba la Gran Sinagoga de Palermo.
En conjunto con el Instituto Siciliano de Estudios Judíos, Shavei Israel, la organización que fundé y presido, abrirá la primera sinagoga y Beit Midrash en Palermo, después de más de 500 años.
El lugar será supervisado por el Rabino Pinjas Punturello, ex Gran Rabino de Nápoles y actual emisario de Shavei Israel en Sicilia, y servirá como centro educativo, cultural y espiritual para el creciente número de personas en toda Sicilia, que están redescubriendo sus raíces judías, permitiéndoles reconectarse con la fe de sus antepasados.
Mientras sostenía en mi mano la llave grande y pesada del sitio donde se encontraba la antigua sinagoga, no pude dejar de pensar en la indestructibilidad del espíritu judío: ni la expulsión ni la Inquisición pudieron destruir a la judería siciliana.
Los gritos de los que alguna vez fueron retenidos en las mazmorras del Palacio Steri pueden haberse callado, pero pronto, con la ayuda de Dios, los sonidos de las melodías de Shabat, que recitan sus descendientes, volverán a resonar en los callejones de Palermo.
Si eso no es testimonio de la eternidad del pueblo judío, ¿qué si lo es?